jueves, 22 de abril de 2010

Dos de grava y uno de arena

Unos amigos me regalaron los Cuentos Completos de John McGahern, un irlandés a quien no conocía y que me tiene fascinada.
Esta mañana, viniendo para el trabajo, arranqué con un cuento que se llama "Corazones de roble y panzas de latón", es sobre un gupo de hombres que son obreros de la construcción en Londres (los irlandeses en Gran Bretaña, como los paraguayos acá). Es un relato que impacta por la dureza y la precisión de la pluma hondísima de McGahern.
Ya en el trabajo, en la radio dijeron que hoy es el día del obrero de la construcción. Pensé en las casualidades. Y pasaron una canción de Chico Buarque, Construçao, hermosa y triste y cierta: un obrero cae de un edificio sobre la calle, a contramano, entorpeciendo el tráfico.
Acá, un pasaje del relato y el pedido expreso de que lean a este tipo, por favor, se los digo por su bien! Y después la canción de Buarque.

"-¡Vamos, a palear o cagar, a cagar o reventar!- gritó Murphy por encima del rugido.
Rítmicamente, las palas cargaron y arrojaron en la artesa de madera, levantada de los mangos y vaciada en la tolva cuando se llenaba, dos cajones de grava y uno de arena, y cuando terminaron de echar la arena sobre la grava, Keegan vino corriendo desde la pila con una bolsa de cemento al hombro para echarlo encima. La pala de Galway cortó la bolsa en dos y la nube gris de polvillo se levantó al separar las mitades.
La tolva empezó a subir. Podíamos descansar sobre las palas durante ese minuto. Cuando se detuvo, Murphy tomó el mazo para golpear la parte posterior, y el último resto adherido de arena o grava cayó en el tambor giratorio donde el agua pegaba contra las paletas.
-Padre puto que estás en el cielo santificado sea tu abuelo- gritó al compás de los golpes, la parte trasera de la tolva brillando con el sol como plata batida -. ¡A palear o cagar, a cagar o reventar! -gritó cuando la tolva bajó de nuevo, y las palas cargaron y arrojaron mecánicamente dos cajones de grava y uno de arena, y se levantó el polvillo gris de los cien kilos de cemento al cortar la bolsa en dos y separar las mitades. Seguriría así todo el día."

miércoles, 7 de abril de 2010

Desde el jardín

Hoy, un hermoso día de sol de principios del otoño, estuvimos sentados un rato con un amigo en el jardín del hospital donde trabajo. Buscamos un banco que tenía retazos de sol y retazos de sombra, siguiendo su consejo: él venía del pleno sol del mediodía; yo de la catacumba de cajas de material biomédico donde tengo mi escritorio, desde donde veo un rectángulo de cielo por un tragaluz y de vez en cuando un gato me reagala su estampa. Quiero decir: yo canté prí un banco a pleno solazo; él me advirtió que estaba fuerte, que mejor... buena elección, buen consejo: eso es de buenos amigos.
Estuvimos ahí un buen rato charlando de cosas nuestras: planes, proyectos, cosas vitales. Se estaba tan bien que en un momento le dije que me quedaría todo el día así, arrumbada en el banco de madera, frunciendo los ojos así me diera el sol, manteniéndolos bien abiertos así me diera la sombra. El resto de la gente que estaba en el jardín se veía tan alegremente instalados como nosotros. Algunos eran practicantes o residentes médicos que le dicen, otros familiares de pacientes internados. Me di cuenta de que el jardín es el sitio más amable del hospital, con sus gatos, sus plantas, sus senderos de polvo de ladrillo. Y queda justo en el medio, rodeado del cemento de la construcción, como una especie de corazón que late con un ritmo distinto al resto del edificio.
Una vez, una amiga que trabaja en una empresa vecina, me dijo que con sus compañeras solían almorzar en este jardín. Entonces pensé que el último sitio donde elegiría almorzar sería en el parque de un hospital. Pero ahora la entiendo.
Cada vez que entro a un hospital que no es el Ramos, me descompongo, simplemente no lo soporto. No soporto los hospitales, digo, y siempre, alguien con buen tino me dice: pero si trabajás en uno. No soporto los hospitales porque cada vez que entro a otro que no es el mío es porque alguien a quien quiero está pasándola mal.
Trabajo en un hospital como quien trabaja en un drugstore, en una estación de servicio, en una tienda. Mi trabajo allí es tan inútil que no le salvo la vida a nadie, ni alivio el sufrimiento de nadie. También cuando alguien me dice: no sé cómo podés trabajar en un lugar así, me encojo de hombros como pensando qué tiene de malo trabajar en un quiosco. Me olvidé para siempre que ahí, a pocos metros, la gente se muere o sufre, y alguno de vez en cuando se pone lo suficientemente bien para beber este mismo sol en este mismo jardín.
Pero hoy me di cuenta que este jardín, en un día como este, puede alivianar la tristeza. Alguien se está muriendo en alguna habitación, pero hay tanto sol acá afuera. Tanto sol. Tanto sol.