miércoles, 7 de abril de 2010

Desde el jardín

Hoy, un hermoso día de sol de principios del otoño, estuvimos sentados un rato con un amigo en el jardín del hospital donde trabajo. Buscamos un banco que tenía retazos de sol y retazos de sombra, siguiendo su consejo: él venía del pleno sol del mediodía; yo de la catacumba de cajas de material biomédico donde tengo mi escritorio, desde donde veo un rectángulo de cielo por un tragaluz y de vez en cuando un gato me reagala su estampa. Quiero decir: yo canté prí un banco a pleno solazo; él me advirtió que estaba fuerte, que mejor... buena elección, buen consejo: eso es de buenos amigos.
Estuvimos ahí un buen rato charlando de cosas nuestras: planes, proyectos, cosas vitales. Se estaba tan bien que en un momento le dije que me quedaría todo el día así, arrumbada en el banco de madera, frunciendo los ojos así me diera el sol, manteniéndolos bien abiertos así me diera la sombra. El resto de la gente que estaba en el jardín se veía tan alegremente instalados como nosotros. Algunos eran practicantes o residentes médicos que le dicen, otros familiares de pacientes internados. Me di cuenta de que el jardín es el sitio más amable del hospital, con sus gatos, sus plantas, sus senderos de polvo de ladrillo. Y queda justo en el medio, rodeado del cemento de la construcción, como una especie de corazón que late con un ritmo distinto al resto del edificio.
Una vez, una amiga que trabaja en una empresa vecina, me dijo que con sus compañeras solían almorzar en este jardín. Entonces pensé que el último sitio donde elegiría almorzar sería en el parque de un hospital. Pero ahora la entiendo.
Cada vez que entro a un hospital que no es el Ramos, me descompongo, simplemente no lo soporto. No soporto los hospitales, digo, y siempre, alguien con buen tino me dice: pero si trabajás en uno. No soporto los hospitales porque cada vez que entro a otro que no es el mío es porque alguien a quien quiero está pasándola mal.
Trabajo en un hospital como quien trabaja en un drugstore, en una estación de servicio, en una tienda. Mi trabajo allí es tan inútil que no le salvo la vida a nadie, ni alivio el sufrimiento de nadie. También cuando alguien me dice: no sé cómo podés trabajar en un lugar así, me encojo de hombros como pensando qué tiene de malo trabajar en un quiosco. Me olvidé para siempre que ahí, a pocos metros, la gente se muere o sufre, y alguno de vez en cuando se pone lo suficientemente bien para beber este mismo sol en este mismo jardín.
Pero hoy me di cuenta que este jardín, en un día como este, puede alivianar la tristeza. Alguien se está muriendo en alguna habitación, pero hay tanto sol acá afuera. Tanto sol. Tanto sol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Almada: sos mi preferida.