Soy una piedra del camino en medio de la tormenta, no soy la piedra de un palacio, ni de una audiencia, ni de una iglesia... dijo con los ojos llenos de lágrimas, dijo que tal vez era de León Felipe, dijo que también era una canción.
Vuelvo a mi casa, esta noche, con esos versos en la cabeza. Vuelvo a escuchar la canción más hermosa del mundo y tal vez una de las más tristes, La casa de al lado... La estuviste escuchando hace poco y te pusiste triste, seguro, quién no, tal vez también somos una piedra del camino en medio de la tormenta, pero somos una piedra con corazón. Nos conmueve el mundo todavía, somos afortunados, mi tan querido. Nos conmueve el mundo, nos indigna el mundo, nos impacta el mundo. Mi mamá solía decir una frase, cuando yo era chica, que me alucinaba: "tal se lleva el mundo por delante"... así quería ser de grande: llevarme el mundo por delante... que me quedara chico el mundo, pensaba. Pero el mundo es grande y, a veces, ancho y ajeno. Pero en el mundo también estás vos y, bendita sea, estas dos piedras del camino se encontraron en medio de la tormenta y en algún momento escampó. Siempre escampa, tarde o temprano, y todo después de las tormentas parece como recién nacido.
Hace pocos días estuve con un viejo amigo viendo atardecer de cara al río Paraná: estaba movedizo el río y las luces iban cambiando sobre las islas de enfrente... hablamos de un cuento de Daniel Moyano, yo no me lo acordaba mucho y él me lo contó de nuevo. Hablamos de la tremenda y pasmosa humanidad de ese relato. No tendría buena prensa ahora esa historia, dijimos. El rescate, se llama. Un muchacho mata a otro en los cerros. El asesino escapa. Su familia se averguenza: el asesinado es el hijo y único sostén de la vecina. El chico anda prófugo. Llega la policía a la casa de la madre que ha perdido a su hijo. Mientras, ella escucha unos ruidos en la pieza del hijo. Va a ver y, andrajoso, flaco, aterrado, encuentra al asesino. Ella calla frente a la policía. Cuando se marchan, le lleva comida al fugitivo. Le da la ropa del hijo muerto. Oculta al asesino de su hijo. Tal vez piensa en la venganza. Un día, el muchacho se atreve a salir al patio. Agarra una azada. Empieza a trabajar la tierra. Se queda con ella. No, definitivamente no tendría prensa este relato. En algún momento la madre piensa y comprende que, en realidad, el asesino podría haber sido su hijo. Uno fue más rápido que el otro nomás. Quizás el mundo habría sido más coherente de haberlo escrito Moyano. De entre las piedras del cerro brota una huerta, labrada con la misma herramienta que dio muerte a un muchacho.
Y el río, deberías haberlo visto, tan marrón y revoltoso, tan verdadero. Como las lágrimas de ese tipo cantando a León Felipe. Como los años que pasan. Como vos diciendo que es mejor ahora que a los 20. Es verdad: es mejor ahora. Siempre es mejor ahora.
Por todos los años, amigo mío. Por la ira estallada y estrellada. Por la belleza inmensa de las tormentas. Salud!
Como tú, de León Felipe por Amparo Ochoa.
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2 comentarios:
un saludo desde estambul y gracias por recordar ese cuento de mi viejo.
ricardo
Ricardo, realmente admiro muchísimo a Moyano, tu padre... fui alumna de Guillermo Alfieri y fue él quien me animó a leerlo. Es un honor que hayas pasado por este sitio que comparto con mi amigo Julián. Un abrazo. Selva.
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