Hoy estaba escuchando la radio. El programa de Fernando Bravo. No es que escuche a Fernando Bravo; escucho a Víctor Hugo y después el dial queda clavado ahí... si total ya me voy, pienso siempre, y me da pereza cambiar la emisora... para lo que hay a esa hora. No me gusta Fernando Bravo ni su equipo. No me gusta Leuco. No me gusta la cortina musical del programa que se parece a una canción de Carlitos Balá, que no me gustaba ni cuando era chica. No me gusta que el programa se llame bravo punto com, hubiese sido vistoso cuando salió la internet, pero ahora... No me gusta porque es complaciente con los oyentes y sus quejas y los oyentes de continental, o por lo menos los que se manifiestan vía mail o dejan mensajes telefónicos grabados, son una caterva de intolerantes.
Pero ahí lo dejo, de pura pereza. Recién almorzada, tengo más ganas de dormir la siesta que otra cosa. Ahí estaba hoy, de fondo a mi manera de pasar la última media hora en el trabajo. Entonces Fernando Bravo empieza a leer mails de los oyentes. Y lee uno de una mujer que dice que su marido, que tiene alguna enfermedad tremenda, se atiende en el Ramos Mejía. Paro la oreja porque el Ramos es mi hospital. El hospital donde trabajo y también el hospital donde me atiendo y donde se atienden mis amigos que no tienen obra social. Yo tengo y me atiendo ahí igual. Hasta cuando tenía osde me atendía en el Ramos, porque es un buen hospital.
Entonces la oyente en cuestión dice que el Ramos y la excelencia de sus médicos, etcétera. Y a mí me da como orgullo que hablen así de nosotros. Es raro, porque en general me da lo mismo trabajar ahí que en cualquier parte... si total a mí no me gusta trabajar. Pero cuando el Ramos salta a la prensa por su excelencia, me da gusto... por más que lo que yo hago ahí no le salva la vida a nadie ni se la mejora. Igual, en esos momentos, me inflamo, me pongo la camiseta. Bien, Ramito viejo y peludo, pienso.
El mail sigue y no tarda en aparecer el pero: pero pese a sus profesionales, algo así dice la oyente, es inadmisible que en la vereda que da a Urquiza, el frente del hospital, vivan 3 familias de indigentes desde hace meses, con todos sus bártulos, ocupando casi todo el espacio público, frente a una parada de ómnibus... y los gatos, gatos por todas partes, en el hall de entrada, en los pasillos, dígame, Fernando, si es compatible que haya gatos en un hospital?; se pregunta ofuscada y Fernando, el locutor, se encarga de poner todos los acentos de la indignación. Podrá hacer algo el gobierno de la ciudad al respecto?!, declama la oyente a través de Fernando. Fernando, que es un muchahco que la juega de provinciano, no se va a meter con las 3 familias sin techo que viven en la vereda, no es tan bravo para meterse en terrenos políticamente incorrectos. Pero los gatos es otro asunto. Sencillo ponerse del lado de su oyente comprendiendo su ofuscación porque haya gatos en un hospital. Tremendo, dice Bravo, la prensa se ha ocupado mucho del tema, con notas y hasta fotos, pero nadie se hace cargo, etcétera. Todo lo que dice se puede resumir en etcétera, así de predecible.
Y me inflamo otra vez, no de orgullo si no de rabia. Me acuerdo, ahora, de un capítulo del Chavo donde se pone a llorar, aparentemente por ser pobre. El Profesor Jirafales le dice: Chavito, no tienes que llorar, no tiene que avergonzarte ser pobre. Y el Chavo responde: no me da verguenza, me da coraje (bronca)!
Me dan ganas de decirle a la señora oyente que hace unos años, seguramente no lo sabe porque por suerte su marido entonces gozaría de buena salud o de prepaga, habían erradicado completamente a los gatos del Ramos. Desaparecieron los gatos y las ratas les calentaban los pies a los pacientes, probaban su comida... ah, se habrán sentido como príncipes en esa época: pequeños bufones dentudos catando sus banquetes para certificar que no estaban envenados, durmiendo a los pies de la cama como diminutos lebreles. Así que allí fueron los de Mantenimeinto a buscar gatos al hospital Penna; cual Noés de una sola especie trajeron varias parejas, porque los gatos son más baratos y más salubres que los venenos.
También quisiera corregirla, si me permite señora oyente, los gatos no deambulan por los pasillos, se lo digo yo que hace 5 años transito diariamente esos pasillos: a los gatos no les gusta estar con gente enferma que no conocen, prefieren asolearse en el parque del hospital, dormitar sobre los techos de los autos en el estacionamiento. Si voy más lejos le diría que si hay gatos en el hospital es porque hay gente (como usted y como yo) que los deja ahí, en banda. Porque es lindo el gatito cuando es cahorro, gracioso corriendo atrás de los ovillos, persiguiendo polillas, qué simpático el gatito, mirá cómo rasguña el sillón. Un muñequito de peluche, un tamagochi, te diría. Ah, pero cómo, también come, caga, mea, se alza?! Sí, señora, como usted y como yo! Ah, ya no me causa gracia, esos pelos, esos pelos... qué suerte tener un hospital cerca, porque una no es una desalmada, no va a darles un palo en la cabeza tampoco, somos gente civilizada, no?
Pero los gatos, esos expulsados de todas partes, esos artífices de la mala suerte, esos peludos con tan mala prensa. Si así fuera, señora oyente, a su marido no lo salva ni el excelentísimo equipo de médicos del Ramos, créame.
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1 comentario:
gracias por mí y por todos los gatos de mi vida.
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