miércoles, 17 de octubre de 2007

Veneno para melancólicos

Una vez ví, en la tele obvio, todo lo que veo y casi todo lo que me pasa sale de ahí, un informe de la BBC sobre una tremenda inundación en algún país roto del sur de África. Era imponente lo que se veía: un inmenso helicóptero de la aviación inglesa, digo: sorprendentemente enorme y rugiente, lleno de pibes con el pelo cortísimo, trajes milicos con toda la onda y toda la tecnología y como sin ojos.
Era una postal clarísima de la prepotencia, las fuerzas de paz de la ONU, en su versión inglesa, bajaban desde el cielo a rescatar a los cuerpos africanos que tenían la suerte de la juventud, la fibra y la destreza para llegar a abordar la nave por sus propios medios.
Ahí entonces la cámara parecía ubicada en la panza misma del aparato aspado y mostraba la turba negra corriendo desesperada para ser tragada por los salvadores que prometían llevarlos a uno de esos campos de refugiados un poco menos áspero que Guantánamo.
Cuestión que de entre esos cuerpos descalzos, que corrían sin pertenencias, urgidos por la desesperación de ganar la olimpíada por un lugar en tierra seca, se veía a una mujer joven y delgada, confundida en la paleta de colores y actitud con el resto de su tropa, que tomaba con sus manos los límites inferiores de su falda y los apaciguaba del levantamiento que promovía el huracán del helicóptero.
Una mujer sin nada, una africana delgada de un país roto, en medio de la estampida por una salvación con cupo demasiado estrecho, sostenía su pollera para resguardo de su integridad. Y era evidente que eso no se debía a la idea estúpida del pudor femenil obligado por el macho, ni a la pudicia que imponía ese cristo inglés y con cámaras.
Quienes me conocen saben que suelo ser demasiado petiso para estar a la altura de las circunstancias, aunque también es cierto que las tallas de un varón o una mujer resultan movibles según las propias circunstancias, pero cada cual fabrica su arquetipo, su idea de cómo debiera ser el modo más digno de estar, su estrategia ideal para salir del Elsinor privado y permanecer en verdadero silencio a formular la dichosa pregunta del príncipe Hamlet.
Un domingo de hace años, viendo la BBC para ejercitar mi listening y sobre todo para acallar la voz que siempre repite nunca hacés una mierda, descubrí de casualidad a la más verdadera y hermosa batichica.

4 comentarios:

EmmaPeel dijo...

Las batichicas son asi

viven lejos y hablan en dialecto

iracundos dijo...

sí, además no necesitan hacer nada para que uno las tenga para siempre. salud peel!

Dante Bertini dijo...

una afirmación más sobre lo subjetivo de nuestra mirada.

iracundos dijo...

hola Cacho, gracias por tu comentario, pero dejame creer que, más que una mirada sibjetiva, puedo reconocer la dignidad cuando la veo.
¡Salud!