viernes, 20 de abril de 2007

Qué vamos a hacer?

Ya es otoño y empezamos a hablar de esto la última primavera (lo recuerdo bien porque mi primer texto habla de eso). Volvimos a charlar entusiasmados en el verano. Todo el verano por delante es siempre una frase esperanzada, como si junto con la ropa pudiésemos sacarnos la pereza, así tan fácil. Pero el verano es una estación muy rápida: como un helado que se tiene mucho rato en la mano se vuelve enseguida agua empalagosa. Teníamos la ilusión de que con el otoño cayera una pila de borradores al tiempo que van cayendo las hojas de los tilos que hay frente a mi casa (contaste diez o más y yo no sabía que eran tilos hasta que me dijiste y caminé rápido bajo ellos mientras estuvieron florecidos porque, también me dijiste vos, si te quedás dormido debajo de un tilo te morís y no quiero morirme, ya sabés, aunque sería precioso morirse con la cabeza llena de ese perfume). Teníamos la ilusión de, en el otoño, ir limpiando nuestros textos hasta que queden unos pocos, desnudos como un árbol que se recorta alto, alto en una tarde fría de invierno.
(Hace poco, en Flores, desde un colectivo, vi unos afiches que decían que Los Iracundos habían tocado en algún club del conurbano. Me gustaría enterarme a tiempo para que vayamos juntos a verlos. Nos imagino entre el público, tomando cerveza en esos vasos gigantes de plástico que te dan en los clubes de pueblo donde cabe justo una botella, pidiéndoles que canten la de la paloma hervida.)
Sin embargo aquí estamos entrado el otoño casi sin libro. A vos te persigue una poetisa-ciruela enojada por Internet. Yo pierdo el tiempo respondiendo chicanas de gente con la que está todo bien tomar una cerveza, pero no tiene sentido embarcarse en discusiones estéticas. No sé qué quiero decir exactamente con esto. Tal vez que habría que reencauzar nuestra ira. Volver a los textos. Perdernos la paciencia.

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