Mi madre es una mujer dura. Pero como madre me daría sus huesos para que me hiciera una choza. Mi madre es una mujer con los pies bien agarrados a la tierra, pero siempre levanta los brazos para que yo me cuelgue y haga monerías que ella festeja. Mi madre no escribe, pero me da fundamento todo el tiempo. Mi madre lee algunos libros de vez en cuando, pero lee siempre las tormentas, el malestar de estómago, mis tristezas a distancia: mi madre es telépata.
Como no he sido madre, pensaba que todas las madres son como ella. Pero me viene pasando de conocer madres que no merecen las hijas que tienen. Madres que no hacen más que mirarse el propio ombligo.
Va que una hoy me dice, cerca del lecho de muerte de su hija, 3 metros lo más cerca, sentadita en un sillón, que no sabe cómo va a hacer para superar esto. Esto todavía no es esto, a lo sumo: eso, lo que vendrá, pronto, pero no todavía, lo sé porque yo tengo la mano de su hija entre las mías y está caliente, me quema las palmas el resto de vida de su hija y no lo suelto. Pienso que en su lugar, yo en la cama, mi madre esa madre, estaría echada en la cama conmigo, agarrándome fuerte para que se le haga más difícil a esa, la muerte, llevarse a su chiquita.
Antes, hace 2 años, otra madre, en el teléfono. No se acercó ni a 3 metros del lecho de muerte de su hija, se mantuvo derechita en su sillón a 700 kilómetros de distancia esperando el parte de noticias, la mano descansando cerca del aparato, esperando que el próximo timbre la pusiera al tanto del desenlace. Después se ofendió conmigo, que no fui lo suficientemente atenta con ella, porque ese tipo de madres está segura de que la vida es injusta con ellas por no haberle dado hijas fuertes, a su medida. Y porque sus hijas tienen amigas que no la tienen en cuenta.
Me dice la madre de ahora que cuando se vuelva a su provincia no quiere que nadie vaya a saludarla, a darle el pésame: ella no puede soportarlo. Habla de dar el pésame y se mantiene a distancia de la cama, me invita a sentarme con ella en el sillón, dice que es más cómodo que la silla donde estoy tomando la mano, caliente, de su hija. Habla como si fuese un velorio, anticipándose, ansiosa.
Mi madre daría el resto de su vida por mí y por mis hermanos. Mi madre me contaría cuentos mientras me voy muriendo, me enseñaría de una buena vez cómo se cortan las tormentas, cómo se curan los empachos, y cómo hay que apoyar el filo del hacha mojado de rocío sobre los empeines para curarlos. Mi madre me contaría cómo criar a los hijos que no tuve, me lo diría todo de una vez como si la que fuese a morir fuera ella, no se guardaría ningún secreto. Mi madre no preguntaría cuándo puede venir el cura, lo alejaría a manotazos como a un cuervo, para que no me asuste. Mi madre no se perdería un solo minuto lejos de mí para tomar un café. Mi madre no diría: a mí nadie me avisó antes, porque ella sabría, porque una madre sabe, que la hija que parió se está muriendo.
Mi madre es una mujer fuerte, sí, en sus cabales, pero se volvería loca, completamente, si uno de nosotros, sus hijos, muere.