sábado, 21 de abril de 2007

Llueve sobre el No Lugar

RESENTIDO. ENVIDIOSO. PARÁSITO.
Selva di Pasquale parece conocerme bien y me contesta, en mayúscula/mayúscula, como si alguna vez yo le hubiera hablado. Así increpa, sin saber que es a mí, ofendida y lastimada porque Leonor subió a su blog un mail personal que le mandé y en el que opinaba acerca de la presentación oficial de La infancia del Procedimiento. Proyecto también electrónico de di Pasquale y otra pléyade de poetas en el que se cuentan unos a otros el modo en que se disponen ante la hoja blanca de la pantalla de la pc o se abandonan a su modo para producir poesía.
El no lugar, la electronía, lo público, lo privado.

El martes la fabulosa tormenta, y yo justo en la calle diciéndole cómo llueve, a una chica de ojos dulces con la que compartí casual e inoperante refugio y debatiéndome como el Irizar en su digno y eterno naufragio, otro nuevo y apasionante mito explicativo de los argentinos ¿Es la ESMA el edifico que tiene ese buque pegado encima? .
Antes de ayer el termostato marcaba los 36º y ayer acusó 14º, si uno se fija, puede verse a los árboles estaqueados a una guerra de potencias igualmente naturales: dejar ir les feuilles mortes y abrirse la carne para dar paso a la estampida violenta de nuevos brotes inoportunos.
El gesto airado de la semana que no parece querer ser una entre otras, es lógico, el otoño en Buenos Aires, aún esta enloquecida barranca hacia el invierno, es imposible. Es la hermosura de un desgarro que acontece al aire y que recuerda cada uno de esos jirones en que nos convertimos, por el que nos colamos, nos vamos deshaciendo, por el que hacemos acopio de obligada esperanza.
Esta semana los poetas de Buenos Aires parecen llamados a la reflexión profunda, a la contemplación histórica de la producción lírica del movimiento cultural que sostiene un novísimo y merecido y anhelado amanecer de la República. En los post Las Afinidades electivas, el blog del amigo Alejandro Méndez, se suceden los nombres y los caprichos del nomenclador poético nacional en un debate extraño, de pocos, para pocos.
Dicen que Bignozzi nos antologa, a todos los que ahí participamos, y nos junta en lo que llama El Larousse de los inexistentes. Tampoco está tan mal, ¿nocierto?
Siempre somos, siempre seremos, más allá de la edad pero presas de las generaciones sucesoras, los Imberbes.
Nada más que una nueva violencia vieja, un otro modo de someterse los prójimos; nada más que el disciplinamiento, el afán canonizador, la palabra autoritaria.

Esta semana viaje cuatro o cinco veces en subte, entre esas estaciones previsibles me di la cara contra Viento del Noroeste, de Hugo Savino, que me prestó con certera recomendación el querido Juan F. García.
Te aseguro que tenemos mucho de qué hablar, la próxima, cerca de la ventana desde la que se ven los tilos.

viernes, 20 de abril de 2007

en el tintero

algo que quería meter en el texto anterior (donde decía cómo pierdo el tiempo a menudo) para reforzar la idea de que más vale reencauzar la ira hacia lo que realmente importa y que no se disperse en pequeños sucesos con gente sin importancia. prometo no volver a intentar establecer una relación amable con periodistas culturales que me cayeron bien mientras sólo leía sus columnas. prometo no volver a intentar una relación amable con una chica que se cree demasiado punk para relacionarse conmigo. no habrá la tercera es la vencida para vos, pankonkeso. en el Litoral tenemos la paciencia playa.

Qué vamos a hacer?

Ya es otoño y empezamos a hablar de esto la última primavera (lo recuerdo bien porque mi primer texto habla de eso). Volvimos a charlar entusiasmados en el verano. Todo el verano por delante es siempre una frase esperanzada, como si junto con la ropa pudiésemos sacarnos la pereza, así tan fácil. Pero el verano es una estación muy rápida: como un helado que se tiene mucho rato en la mano se vuelve enseguida agua empalagosa. Teníamos la ilusión de que con el otoño cayera una pila de borradores al tiempo que van cayendo las hojas de los tilos que hay frente a mi casa (contaste diez o más y yo no sabía que eran tilos hasta que me dijiste y caminé rápido bajo ellos mientras estuvieron florecidos porque, también me dijiste vos, si te quedás dormido debajo de un tilo te morís y no quiero morirme, ya sabés, aunque sería precioso morirse con la cabeza llena de ese perfume). Teníamos la ilusión de, en el otoño, ir limpiando nuestros textos hasta que queden unos pocos, desnudos como un árbol que se recorta alto, alto en una tarde fría de invierno.
(Hace poco, en Flores, desde un colectivo, vi unos afiches que decían que Los Iracundos habían tocado en algún club del conurbano. Me gustaría enterarme a tiempo para que vayamos juntos a verlos. Nos imagino entre el público, tomando cerveza en esos vasos gigantes de plástico que te dan en los clubes de pueblo donde cabe justo una botella, pidiéndoles que canten la de la paloma hervida.)
Sin embargo aquí estamos entrado el otoño casi sin libro. A vos te persigue una poetisa-ciruela enojada por Internet. Yo pierdo el tiempo respondiendo chicanas de gente con la que está todo bien tomar una cerveza, pero no tiene sentido embarcarse en discusiones estéticas. No sé qué quiero decir exactamente con esto. Tal vez que habría que reencauzar nuestra ira. Volver a los textos. Perdernos la paciencia.